25 de noviembre
Ayer fue el día internacional contra la violencia de género, con cifras, datos, imagenes que cuando menos nos sumen en el desasosiego. No hace muchos años, era un tema que carecía de leyes, medidas y lo más doloroso concienciación social. Todavía recuerdo algún caso en Huesca donde al final la juzgada era la propia maltratada. Dadas las cifras me sería sencillo ponerme a criticar las políticas que se han puesto en marcha, su lentitud e ineficacia. Pero creo sinceramente que todo lo que se hace al respecto es política de la desesperación.
Cuando un tema entronca tan de fondo con nuestras propias esencias, con nuestras miserias privadas que en ocasiones preferimos ni siquiera mirar, es complejo pretender que la aseptica pluma del legislador normalize y tipifique todo el universo de emociones y afectos que se esconden tras una realidad tan dolorosa,quizás incluso la suya propia. Toda la teoría feminista, con sus intestinas luchas entre igualdad y diferencia, me resulta insufiente para comprender mi propia realidad, cuanto no más para comprender la de otras y otros instalados hace tiempo en el dolor.
No entiendo la lucha entre géneros, tuve la inmensa fortuna de tener un padre "hombre poco hombre" sensible y respetuoso. He vivido la amargura de amigos que sentian rechazo hacia el rol que les toca vivir. Y el cansancio de muchas compañeras, de todas las edades, respecto a la obligación de género de demostrar un duro "yo también valgo". La complejidad de nuestras propias dependencias y miedos.
Realidad enmarañada que nos inquieta porque nadie estamos exentos de deperminados padeceres, y cuando nos quitamos las multiples capas de piel dura, que con el paso de los años se acumulan, tan solo nos quedan nuestros propios miedos.
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