Tsunami
Ayer hizo dos años del tsunami que asoló el Índico. La cifra de muertos, desaparecidos, heridos y desplazados es tan espeluznante que da miedo hasta decirla en voz alta. No soy muy dada a creencias, pero en ocasiones la vida entrelaza los acontecimientos de manera que acaban cobrando un significado especial. El tsunami fue un suceso inesperado, repentino, que cuando menos nos provocó una reflexión dolorosamente aguda sobre la aleatoriedad de la vida y la muerte.
Me enteré de lo que había ocurrido al poco de enterrar a uno de mis seres más queridos, hacía un mes que había vuelto de una de las playas tailandesas que ahora aparecian en la televisión con los cadaveres apilados. El tsunami que aparecía en televisión se unía a mi tsunami personal. Repentino, inexplicable y grotescamente gratuito.
Todos conocemos el color de las ausencias, pero yo nunca había querido mirar, ni siquiera de reojo, el de las ausencias definitivas. Esa aleatoriedad pasó de ser una frase hecha, a una realidad doblemente vivida.
Un tsunami obliga a una reconstrucción lenta, mi recuerdo hoy para todas aquellas personas que acumulan polvo en una estantería dentro de un album de fotos que todavía no he podido volver a abrir.
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